Somanta De Ostias
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La Oscuridad - Marianne Curley (Triología de Los Guardianes del Tiempo)

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Mensaje  aiwen Vie Jul 11, 2008 10:14 am

Y "La Oscuridad" es la segunda parte de esta triología. Esta vez narrada por Arkarian e Isabel. Parece que el Caos vencerá, sus ejércitos cada vez son más fuertes, y los Elegidos no dan abasto, sus fueras se debilitan. El presente cambia porqué la historia no transcurre como debería. Pero, es que han secuestrado a Arkarian, sin él los Guardianes están perdidos... pero... quién será capaz de desobeceder una prohibición directa de Lorian? Quién será capaz de desobedecer y provocar la ira de un Inmortal?



La Oscuridad - Marianne Curley (Triología de Los Guardianes del Tiempo) 2oscurdidad



La Oscuridad MARIANNE CURLEY

Prólogo

Ella profiere un grito que se oye de un extremo al otro del universo. El dolor arranca las palabras «Van a sufrir» de sus labios morados. Lathenia, la Diosa del Caos, mira el pasado a través de su esfera. Una esfera que usa para crear un caos que altere el presente y dé lugar a un futuro que pondrá el mundo a sus pies.
Mientras observa, un joven soldado de la Guardia hunde su daga en la garganta de su amante por segunda vez. Ella vuelve a gritar. ¿Cómo es posible que sus soldados se mantengan al margen y permitan que muera el único hombre al que ha amado? «¡Cómo!»
Lathenia clava las uñas de sus dedos anormalmente largos en la esfera y deja el cristal mellado. Al final, su cuerpo se estremece al mismo tiempo que su amante exhala el último aliento.
El silencio inunda la sala. La diosa levanta la cabeza lentamente y recorre las paredes de mármol con la mirada. Sus ojos plateados refulgen con el color del fuego. «¡Van a sufrir!»
Un hombre consumido, anciano, cuyos ojos han visto mucho, y durante demasiado tiempo, se acerca por detrás con gran cautela.
—¿Me permite hablar, su Alteza?
Lathenia se vuelve. Ni siquiera la profunda pena que siente puede ocultar su etérea belleza.
—¿Qué quieres, Keziah? ¿No ves lo que está ocurriendo? Lo han matado. ¡Qué ardid tan astuto, tentarlo con la imagen de su propia hija! Arkarian lo ha tramado todo. Es el cerebro de la Guardia. ¡Ya lleva más de seiscientos años martirizándome! —Keziah ha visto furiosa a su señora otras veces, muchas, pero en esta ocasión... Esta aparente pérdida de control resulta nueva para él. Se estremece. De la tristeza y la pasión resulta una mezcla imprevisible—. Dime, Keziah, ¿acaso Marduke no me adoraba? ¿Por qué lo ha distraído la imagen de su hija, una niña a quien hacía doce años que no veía? ¡Ha sido una treta! ¿Qué lo ha cegado? —Baja la vista y murmura—: Tal vez aún amaba a la mujer que la dio a luz.
Keziah se encoge de hombros, inclina la cabeza y su melena blanca como la nieve cae sobre su espalda huesuda y jorobada.
—No lo sé, Alteza, pero ahora no es momento de dudar de la lealtad de Marduke. Durante estos doce años ha demostrado en muchas ocasiones que es vuestro sirviente más fiel. Debéis hacer regresar su cuerpo mortal rápidamente. Recordad que está en el pasado.
Ella asiente con la cabeza. Su pelo rojo, como la seda tejida directamente del capullo de una oruga, acaricia su piel inmaculada. Tras erguirse cuan alta es, sacándole casi medio cuerpo al viejo Keziah, cierra con fuerza los puños. Regresa junto a la esfera y llama a Marduke.
Antes incluso de que su cuerpo sin vida se forme por completo ante ella, la Diosa se acerca a la mesa de cristal y se abalanza sobre el enorme pecho de Marduke. La sangre, que todavía mana de la daga que tiene clavada en la garganta, le mancha una mano. Lathenia profiere un gemido y su pena se convierte en una entidad tangible en la sala circular.
Keziah se acerca de nuevo a la Diosa y, puesto que la conoce desde que nació, aunque eso sólo suponga una mera fracción de la vida de Lathenia, se atreve a tocarle tímidamente el hombro.
—¡¿Qué quieres?!
Keziah carraspea y contesta:
—Los demás, alteza. —Lathenia lo atraviesa con sus ojos encendidos y a Keziah se le detiene el corazón durante unos instantes—. Los heridos, Alteza. No debemos dejarlos morir en el pasado; podríamos curarlos en nuestras salas para que así volvieran a ser de utilidad. Son vuestros soldados, y su lealtad a la causa es incuestionable.
Ella asiente y Keziah respira aliviado. Lathenia regresa junto a la esfera y mueve una mano sobre el cristal. La sala se llena con los gemidos, el calor de la carne mortal, el aroma del sudor y la sangre mientras los soldados de la Diosa se materializan. Uno de ellos, un chico joven, se acerca a ella, aunque se detiene a medio paso al percatarse de su mirada de aflicción. Siente que seguir mirándola a los ojos supondría una intrusión física. Hace una gran reverencia con la cabeza.
—¿Qué queréis que hagamos con los heridos, Alteza?
Ella le dedica un gesto de la mano.
—¿Es que no tienes sentido común, Bastían? Organiza a los que aún se tengan en pie para llevar a los heridos a las salas de curas.
Bastian mira incómodo los dos cuerpos sin vida que hay entre los demás.
—¿Y qué hacemos con los muertos? —pregunta con un susurro.
—Déjalos. Sus almas ya vagan por el Reino Medio.
Bastian se estremece sólo de pensarlo. Aunque sabe poco sobre ese lugar, sabe que es otro mundo. Antes pensaba que sólo existía la Tierra. Ha aprendido mucho desde que está en la Orden. Más de lo que habría aprendido si hubiera decidido seguir siendo un ignorante.
Cuando Bastian organiza el traslado de los heridos, se da cuenta de que falta un soldado.
—Se ha convertido en una traidora. —Lathenia verba—liza sus sospechas—. Morirá.
—La encontraré.
—Olvídate de ella por ahora. La Guardia la protegerá y la mantendrá escondida durante mucho tiempo. Pero ya tendrás oportunidad. —Después de retirar al último herido, Bastian se dirige a la puerta, pero Lathenia lo llama—. Quédate, tengo que hablar contigo.
Bastian respira hondo, con las manos agarradas con fuerza detrás de la espalda. Le tiemblan, y no quiere que su Diosa note su debilidad. Nunca la ha visto tan consternada como ahora. El hecho de haber perdido a Marduke parece haberla desestabilizado. Conoce de sobra su carácter violento, y el desconsuelo de su señora lo ha hecho presa de un pánico irreprimible. ¿Acaso podría haber impedido que esa daga degollara a su amo? Era tan incisiva como aterradora. Y hábil también.
—¿Sí, alteza?
—Cuéntame lo ocurrido.
Bastian abre sus ojos verdes de par en par, luego echa un rápido vistazo a las paredes blancas y suaves y traga saliva. Seguro que ya lo sabe, que lo ha visto todo a través de su esfera, si no ¿por qué iba a estar el cuerpo de Marduke ante ella sobre aquella estrecha mesa de cristal?
Al verlo dudar, Lathenia le grita desde la otra punta de la sala:
—¡Dime cómo es posible que mis mejores soldados hayan sido derrotados por unos pocos de los suyos! ¡Bastian, dime quién era la persona cuya mano blandía la daga letal!
—El... parecía joven, alteza.
—Olvidas que todos ocultan su verdadero aspecto mientras se encuentran en el pasado.
—Sí, pero... sus ojos. Había algo en ellos. Y, bueno, como sabéis, los ojos no cambian...
Lathenia lo interrumpe con un gesto de la mano. ¿No fue ella quien lo empezó todo? ¡Al haber sido concebida la primera, debería haber nacido en primer lugar! Desde el principio fue una pesadilla compartir el útero con Lorian. Él la hizo cambiar de posición constantemente hasta que se le enrolló el cordón umbilical en el cuello. Pero ni siquiera así desistió de la primera posición que le correspondía por derecho propio. Sin embargo, en el momento del parto Lorian la apartó y se abrió camino hasta los brazos de un padre muy orgulloso, por lo que ella tuvo que encontrar una forma de salvar el obstáculo de haber nacido en segundo lugar. Se pasó varios siglos intentando hallar una forma de causar el caos para poner fin a los cuidados que recibía su hermano. Aprendió que el caos le daba poder. Lo averiguó cuando empezó a alterar el pasado. Y cuanto más fuerte se hacía, más se percataba de que todo era posible, incluido el dominio total de todos los mundos.
Lathenia empezó a reunir a un ejército de adeptos y construyó un laberinto para viajar en el tiempo con ladrillos que no podían ver los ojos humanos. Llamó a su ejército la Orden. Los otros lo llamaron la Orden del Caos. Pero mientras aumentaban sus poderes también lo hacían los de sus oponentes, que crearon un Tribunal, con Lorian a la cabeza, y una Guardia para luchar contra ella. Cuando sus soldados usaban el laberinto para viajar al pasado, lo mismo hacían los soldados de la Guardia, que frustraron sus planes en muchas ocasiones. Lathenia necesitaba un santuario que estuviera a salvo de manos mortales e inmortales, por lo que empezó a construir una ciudad. Pero Lorian utilizó unos poderes secretos para usurpársela. Le robó sus ideas, sus planos. Y construyó la Ciudadela. Hoy en día, los soldados de Lathenia sólo usan el laberinto adjunto, donde los viajeros del tiempo de ambas alianzas son dotados de los conocimientos necesarios antes de iniciar sus viajes. Lorian controla la Ciudadela, ¡pero ella quiere recuperarla! Y esta vez piensa fortificarla para que nadie, ni tan siquiera su hermano, ávido de poder, pueda volver a robársela. ¡Y finalmente podrá gobernar sobre todo!
Los ojos de Lathenia se posan sobre Bastian. Recuerda cómo pasó a formar parte de su Orden: era un niño solitario, nacido en una familia pobre, con unos padres que no hacían más que pelearse. Él se moría de ganas de gritarles en lugar de quedarse acurrucado junto a su camastro, o dentro de un armario estrecho, mientras se tapaba firmemente las orejas con ambas manos. ¿Por qué su casa no podía ser como la de los demás niños de la escuela? ¿Por qué sus padres no podían dejar de gritarse? ¿Por qué bebían tanto? Pero lo que más deseaba era controlar su mundo, y los placeres que presentía que éste podía ofrecerle.
Él también tenía poder. Así que Lathenia esperó y observó. El día en que Bastian se fue de casa y huyó al bosque, con la cara arrasada en lágrimas de dolor, pena y frustración, ella lo encontró. Era el día de su octavo cumpleaños, el día en que sus padres decidieron separarse. Ella le ofreció todo lo que él siempre había soñado. Y él aceptó con avaricia. Ella le dio un nombre nuevo y le enseñó muchas habilidades. A pesar de que él continuó viviendo con su padre, éste siguió siendo un borracho, ajeno por completo a la vida de su hijo en el otro mundo. Y la victoria de Lathenia fue dulce porque ante ella tenía a un soldado que su hermano no podría arrebatarle jamás.
Cuando sus pensamientos regresan al presente, repara en que a Bastian le tiemblan las manos y se pregunta si cometió un error. Pero no, el chico ha sido fiel a la Orden desde el día de su Iniciación, hace ocho años. Por ese motivo tiene un rango tan alto entre sus soldados de élite. Pero hoy..., hoy la ha defraudado. Le da un bofetón sin previo aviso. La fuerza del golpe tira a Bastían al suelo.
—¡Deberías haber hecho más!
El chico se levanta.
—No pudimos...
—¡Siempre se puede hacer algo!
Bastían piensa rápidamente y mira de refilón a Keziah.
—Creo que había un mago entre ellos.
Esa sugerencia capta la atención de la Diosa.
—¿Qué has dicho?
—Un mago, alteza.
—Cuéntame.
—El chico realizó algún tipo de hechizo. Creó una imagen de la chica. Distrajo...
Ella lo hace callar con un gesto de la mano y aguza la vista mientras considera la teoría de Bastían, pero la descarta rápidamente y niega con la cabeza.
—Lo más parecido a un mago que la Guardia tiene hoy en día es un hombre llamado Arkarian. Ten mucho cuidado con él, Bastian, porque es la joya de la corona. Sin él no son nada. Y aunque posee grandes poderes, ni siquiera él puede hacer magia. Keziah es el último de una especie en vías de extinción. Hubo otro hombre capaz de hacer magia, pero Lorian se deshizo de él porque se sentía amenazado.
—¿Cómo reconoceré a esa «joya», Alteza?
Lathenia arquea una ceja.
—Reconocerás a Arkarian por su pelo azul y sus ojos de color violeta. Es imposible que pasen desapercibidos en el mundo mortal, si alguna vez tuviera algún motivo para salir de la Ciudadela, que es donde vive. Pero sus salas de trabajo están en algún lugar de Verdemar.
—¿Qué queréis que le haga cuando lo encuentre?
Lathenia se ríe con desdén, lo que provoca que a Bastian empiecen a temblarle las manos de nuevo.
—¿Crees que Arkarian vendrá a llamar a tu puerta? Ha vivido durante seiscientos años, y en ese tiempo ha aprendido muchas habilidades, así que no lo subestimes. Y no te dejes engañar por su edad. Dejó de envejecer al cumplir los dieciocho. El tiempo, Bastian, no ha afectado a Arkarian de ningún modo; tan sólo le ha cambiado el color del pelo y los ojos. Aunque decidiera mostrarse ante ti fracasarías lamentablemente, del mismo modo que has fracasado hoy... —Se detiene de pronto, sobrecogida por una idea que le levanta el ánimo y le permite pergeñar un plan de contraataque—. Espera. —Mira a Bastian tan fijamente que lo obliga a apartar la vista—. A lo mejor puedes ser de utilidad pese a los lamentables errores que has cometido hoy.
El chico inclina la cabeza a modo de reverencia.
—Estoy a vuestra merced, Alteza. Decidme qué debo hacer.
Ella lo mira a los ojos: Bastian tiembla de pies a cabeza.
—Quiero que averigües la identidad de uno de los Elegidos sin revelar a quién eres leal.
—¿Los Elegidos, Alteza?
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La Oscuridad - Marianne Curley (Triología de Los Guardianes del Tiempo) Empty Re: La Oscuridad - Marianne Curley (Triología de Los Guardianes del Tiempo)

Mensaje  aiwen Vie Jul 11, 2008 10:14 am

(Continuación del Prólogo que en un solo mensaje no me ha cabido)


—Sí, y no me mires de esa forma tan inexpresiva. Los Elegidos son el selecto grupo de nueve miembros de la Guardia. El cuerpo de élite de los Guardianes del Tiempo. Un ejército formado originariamente para proteger a la Tierra de..., bueno, de mí. —Suelta una risa burlona—. Según la Profecía, los Elegidos son los soldados que lucharán contra mí. Mientras tanto, su tarea consiste en proteger Verdemar. Algún día tendrán un rey, pero de momento tienen a Arkarian. —Lathenia mira pensativamente a Bastian—. Hay muchas ramas de los Guardianes del Tiempo, cada una de las cuales está dirigida por un miembro del Tribunal, que gobierna un sector de la Tierra usando sus propios soldados. En conjunto trabajan como un consejo. Pero son unos estúpidos, Bastian, porque Lorian toma todas las decisiones. —El chico asiente y ella le pregunta—: ¿Por qué crees tú que tantos de mis soldados y los suyos provienen de esa pequeña ciudad llamada Ángel Falls?
Bastian niega con la cabeza.
—No lo sé.
—¡Porque Ángel Falls alberga Verdemar, y Verdemar lo es todo! Tiene poder, Bastian. Durante un tiempo fue la ciudad más poderosa de todos los mundos; era tan avanzada que vuestra tecnología terrestre no le llegaba ni a la suela de los zapatos, ni siquiera la actual.
Bastian mira a la Diosa a los ojos con cierto recelo.
—¿Dónde está esa ciudad? ¿Puedo verla?
—La ciudad se encuentra bajo el lago de Ángel Falls. Es otra de las cosas que Lorian me oculta. Pero algún día, dentro de poco, encontraré el modo de entrar en ella y sus secretos serán míos.
—¿Hay algo que deseéis de esa ciudad, Alteza?
A Lathenia le centellean los ojos. Bastian es más sagaz de lo que pensaba. Tal vez por fin empieza a manifestarse su otro poder.
—Hay una llave con forma de pirámide octagonal. Si la encuentras, Bastian, te coronaré rey, y tu reino será inmenso. Pero ten en cuenta esta advertencia: la llave tiene el poder de matar a todo aquel mortal que la toca.
Bastian traga saliva, pues la idea de convertirse en rey ha embargado su mente. La posibilidad de tener su propio reino suscita visiones de grandeza. Y ahora que Marduke..., bueno, no está, quizá se tengan más en cuenta sus talentos.
—Debe de ser una llave importante, Alteza. ¿Abre un arcón lleno de tesoros?
La Diosa se mofa de la ingenuidad del chico.
—Se podría decir que, en cierto modo, sí. Pero no es el tipo de tesoros que proporcionan riquezas, Bastian. Es un tesoro de armas. Las mejores y más poderosas que se pueden hallar en todos los mundos.
Se hace el silencio. Lathenia pasea la vista por la sala y posa la mirada en el inmóvil cuerpo de su amado. Bastian observa mientras la mano de la Diosa, con sus dedos extraños, acaricia el pecho manchado de sangre del maestro de más alto rango de la Orden.
—Debes olvidarte de la llave de momento, Bastian. Y olvídate también de Arkarian. Yo me ocuparé de él. No tienes bastante poder. Por lo menos aún no. Y él es muchísimo más hábil que el resto de miembros de la Guardia. He ideado un plan para atraparlo que pondré en marcha dentro de poco. Pero también tengo una misión para ti. Y muy importante.
—No soy más que vuestro humilde servidor.
—Averigua el nombre de la persona cuya mano empuñaba la daga que robó el último suspiro de Marduke. —Lathenia vuelve la cabeza y atraviesa a Bastian con su mirada fría como el hielo—. ¡A lo mejor incluso va a tu mismo colegio! ¡Encuéntralo! ¿Entendido?
Bastian asiente y respira hondo.
—Sí, Alteza. Debo averiguar el nombre del asesino de Marduke.
Reconfortada hasta cierto punto por la idea de la venganza, Lathenia centra de nuevo toda su atención en el cadáver de Marduke, que yace ante ella. Abatida por la pena, acaricia suavemente con los dedos la mitad desfigurada de su cara, la cuenca vacía del ojo, el lado demacrado de su boca, antiguas cicatrices de una batalla anterior con uno de los Elegidos. Lo besa dulcemente.
—El mundo pagará por esta muerte. Sentirá mi dolor. Será testigo de mi furia.
—Así debe ser, Alteza —interviene Keziah. La Diosa mira al consumido viejo y se da cuenta de que quiere añadir algo más—. Pero tal vez, ama, por una módica cantidad... —con los dedos de la mano izquierda hace el gesto que indica dinero— podría hacerse algo para aliviar vuestro dolor.
Lathenia alza los hombros y la barbilla.
—Habla, Keziah. Por tu bien, más vale que esas palabras que brotan de tus labios ajados sirvan de algo.
Keziah se tapa la boca con una mano y tose. Un ruido silbante sacude su pecho. Tras recuperar la respiración dice:
—Si estáis preparada para hacer un viaje en busca del alma de vuestro amado...
—Haría cualquier cosa con tal de salvarlo. Explícate. Y rápido porque hoy estáis poniendo a prueba mi paciencia.
—El Reino Medio, Alteza. El lugar donde vaga el alma de Marduke en busca de la novia blanca que lo conduzca a su destino final.
—¡Claro! ¡Murió en un cuerpo mortal mientras aún estaba en el pasado! Si lo encontramos a tiempo, antes de que cruce el puente...
Sus palabras se desvanecen, pero su significado está claro: existe una posibilidad de que Marduke vuelva a la vida. Ese mero pensamiento hace que su corazón inmortal se desboque.
—Necesitaremos vuestra ayuda para adentrarnos en el Reino Medio, Alteza. Tal vez vuestros sabuesos podrían resultarnos útiles para dar con él rápidamente.
—No necesitaré a mis sabuesos para encontrarlo —le espeta—. Lo reconocería en cualquier mundo.
—Sólo hay una cosa más... —dice Keziah en tono dubitativo.
—¡Desembucha, viejo! ¡Vamos!
—Vuestra voz debe ser la de su alma gemela, o no regresará.
Ella sonríe y, sin responder, los transporta a un bosque gris y espeso, donde Bastían se estremece debido al súbito descenso de la temperatura.
—¿Estás seguro de que el alma de Marduke se encuentra aquí, Keziah? —le pregunta al viejo.
Éste resopla cuando la Diosa echa a andar, como si fuera uno de sus propios sabuesos, que sigue el rastro de un conejo herido.
—¿Acaso dudas de mí, Bastian? —replica Keziah.
—Lo único que pasa es que no me gusta este lugar. No sé, es tan...
—¿Gris?
—Iba a decir desangelado. —Alza la vista y echa un vistazo a su alrededor—. ¿Hasta dónde...?
Deja la frase en el aire. Abre los ojos de par en par y los fija en el vacío. De repente empieza a gritar y se tapa la cara con las manos para protegerse.
Keziah nota la angustia que está sufriendo el chico.
—¡No pienses en nada! —le dice—. En este mundo tus miedos se manifestarán en forma sólida.
Bastian baja las manos lentamente. Esta vez, cuando mira, las serpientes han desaparecido y suspira aliviado.
Keziah mira fijamente al chico.
—No te alejes de mí. Cuando encontremos a Marduke, regresaremos de inmediato. Supongo que no querrás quedarte aquí, y dudo que la Diosa viniera a buscarte.
Bastian abre bien los ojos y se frota los brazos para intentar entrar en calor.
—Sólo espero que encontremos a Marduke pronto. —Aparta una enredadera de color plateado que les impide avanzar y echa a correr para no quedarse atrás. Hasta el viejo Keziah, que tiene problemas para respirar, le ha sacado ventaja.
Tiene la sensación de que han transcurrido muchas horas y de que han recorrido varios kilómetros cuando se detienen. Aunque no entiende por qué. Justo enfrente ve la ancha espalda de una criatura jorobada y grande, pero no le presta demasiada atención ya que ha visto muchos seres extraños en las últimas horas. Algunos eran aterradores, otros tan sólo daban lástima. Se sopla la punta de los dedos medio congelados para desentumecerlos y mira a su alrededor. Un río ancho fluye junto a él. Es gris, por supuesto. También hay un valle que parece extenderse hasta el infinito, más allá de las orillas. De pronto se pregunta por qué se han detenido, cuando oye que su Diosa grita la palabra que él lleva horas esperando oír:
—¡Marduke!
La criatura jorobada que hay delante se para y se vuelve lentamente. A Bastian le da un vuelco el corazón al comprender que ese ser, esa bestia, es, de hecho, Marduke, tan cambiado que apenas resulta reconocible. Al ver a esa horripilante criatura retrocede, tropieza con una roca gris y pierde el equilibrio.
—Alteza —susurra mientras recupera la compostura. Intenta hablar de nuevo, aunque antes debe humedecerse los labios con la lengua, que también está seca—. Alteza, ¿estáis..., estáis segura de que queréis hacer regresar... a eso?
Ella no responde y Bastian la observa mientras Lathenia traga saliva y los ojos se le llenan de lágrimas. El da un grito ahogado y el corazón le late con más fuerza aún. La mirada angustiada de la Diosa —¡y las lágrimas!—, algo que jamás había visto, algo de lo que nunca la había creído capaz, lo horrorizan.
Al final ella respira y dice:
—Pagarán muy caro por esto. Pagarán con sangre, con miedo y con muchas vidas.
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